lunes, 21 de marzo de 2011

El faro de la paternidad

El faro de la paternidad
Miguel Espeche
Para LA NACION
Lunes 21 de marzo de 2011 | Publicado en La Nacion
Vale la idea del faro para asociarla a la de la paternidad. Mejor esa imagen que otras, menos generosas y más ligadas a ver a los padres como esclavos de una tarea sólo destinada a remontar inacabables cuestas o a vivir enormes sacrificios que jaquean a perpetuidad todo disfrute por la vida, homologando la parentalidad a una carga más que a una bendición.

Un faro ilumina desde un lugar bien visible de la costa. Desde allí ofrece referencia a los navegantes, quienes, cuando llega la noche, sabrán valorar su existencia y evitarán los peligros de la costa que se oculta en la oscuridad. Lo harán gracias a esa luz que, de manera regular y rítmica, señala un lugar, un punto referencial, para que los barcos usen sus velas y motores y tomen el rumbo más prudente y certero para alcanzar su destino.

La imagen es clara y energética. Habla de algo generoso y condensa una fuerza simbólica universal. Nadie construye un faro para hacer daño, sino, por el contrario, la idea de construir un lugar de permanente y confiable luz para guiar a los navegantes es, por decir lo menos, bienintencionada y redentora.

La imagen de una paternidad luminosa, plantada en un lugar de referencia y no tan jadeantemente supeditada a modas pedagógicas, modelos de éxito banales, demandas berrinchudas de los hijos y, sobre todo, miedo, mucho miedo, a fallar o a que algo malo suceda, puede ser útil para quienes están abocados amorosamente al arte de criar hijos en tiempos en los que es complicado encontrar amistad con los modelos educativos de antaño.

Las imágenes asociadas a lo paterno son muchas. Una parte importante de ellas suelen referir al sacrificio permanente, tal el caso, por ejemplo, de casi todos los monumentos a la madre que adornan las plazas de los pueblos del país, estatuas de mujeres con un rostro opaco y casi estoico, símbolo de una maternidad encomiable, por cierto, pero parcial a la hora de dar cuenta de lo que es una madre que, además, es mujer y tiene una vida.

En esa línea de lo "sufriente" como signo de ser buen padre o madre, la buena paternidad se asocia a un celo exacerbado, a la intención de evitar absolutamente toda frustración a los hijos y, sobre todo en estos tiempos, a la alarma y al miedo ante los peligros de la vida, por un lado, y la angustia por "fallar", por el otro. De gozar de la vida como un elemento que educa a los hijos al ofrecerles un aliciente para crecer... ni noticias.

Los jóvenes dirían que, así vista, la buena paternidad es "un bajón". Y no les faltaría razón. Tan "bajón" como aquel paradigma que, para mal de toda una civilización, quebró la amistad que existe entre el deber y el goce por la vida. Ese quiebre ubica en las antípodas lo que no debería estarlo (el deber, por un lado y el entusiasmo vital, por el otro). Con esa idea muchos padres dejan de verse como personas, dejan de participar del entusiasmo y el sano goce de vivir, y se dan a la tarea de cumplir su desangelado deber de adultos, mientras el pulsar de la vida parecería pasar por otro lado.

Por eso es linda la idea del faro y su comparación con la función de los padres. El faro es lo que es, e ilumina desde allí, sin hacer otra cosa que lo que le corresponde. Hay un vínculo con el navío (el hijo) que se gesta desde la confianza y el amor y no desde un "hacer" técnico que, además, es siempre insuficiente para garantizar buenos resultados. El faro no tiene que salir al mar para salvar del naufragio a los navíos, sino que genera el suficiente respeto y confiabilidad como para que el navegante le preste atención, le crea y, desde ese creer ("¡ojo con los arrecifes de la costa!") actúe en consecuencia, usando sus propios medios, que los tiene, para tomar el mejor rumbo. El faro no suple los recursos que el barco tiene, sino que ofrece un referente para que esos recursos se desplieguen al máximo de sus capacidades.

Es habitual que aquellos padres que pueblan sus mentes con imágenes de bomberos, gendarmes o directamente soldados o grupos SWAT a la hora de vérselas, por ejemplo, con la adolescencia de sus hijos, suspiren aliviados cuando aparece en su paisaje interior la imagen del faro como representación de la función paterna que deben llevar a cabo. Pueden, así, dejar tanta adrenalina y temor de lado para dedicarse a criar, más que a temer y vivir alarmados o jaqueados por la crítica y la autocrítica inconducente.

Ese alivio tiene un interesante efecto: intensifica la luz que el faro irradia.

A estas alturas, ya deberíamos ver de qué está hecha la luz de ese faro parental que, en el universo oscuro y sin norte en el que a veces están los hijos, ofrece ese punto que ellos usarán para mover el universo.

Esa luz es, sin dudas, el entusiasmo por la vida. Por la vida en general, y, por sobre todo, por la propia.

No por las ideas y argumentos que abruman los oídos de sus hijos, no por utopías ideologizadas, no por palabras pontificias sin vibración, no por repeticiones de mandamientos que no atraviesan el propio corazón? sólo las ganas de vivir y el entusiasmo que irradia, tenga éste la forma que tenga. Será esa vitalidad, con la forma que tenga de acuerdo a cada caso y circunstancia, la fuente de lo que luego se convertirá en acción específica y eficaz para la crianza.

Por eso es tan importante que los padres estén bien, íntegros frente a lo propio, con el mejor amor posible en lo que a pareja respecta y si no la tienen, que no crean que esa soledad es suplida con los hijos, ya que eso es demasiado peso para ellos. Es importante que los padres estén bien alimentados en cuerpo y alma; es eso, y no la culpa inconducente, la alarma crónica y el temor, lo que los transformará en buenos y responsables (con habilidad de respuesta) criadores de hijos.

La luz del faro no es el bienestar burgués, tampoco la felicidad de aviso de gaseosa, sino que es la integridad y el coraje de hacer lo que hay que hacer cuando las cosas vienen mal, y el animarse sin culpa a vivir la felicidad cuando ésta es legítima y posible. Aunque cueste creerlo, muchos padres sienten culpa de estar bien, felices, porque no lo ven compatible con aquella estatua muchas veces vista en los pueblos, llenas de abnegado sacrificio pero sin ofrecer un entusiasmo vital que haga que los hijos deseen con todas sus fuerzas alcanzar el horizonte que representa el ejemplo de sus padres.

El sentido de la vida no lo dan los hijos a sus padres, sino que la cuestión es al revés. Los hijos traen su fuerza y su vitalidad, pero el rumbo y, sobre todo, la referencia para no perderlo, lo dan los padres que tienen luz que ofrecer. Por eso, si como padres no se tiene luz, la tarea es encontrarla, mejorando la propia calidad de vida antes que tratando de manejar y controlar la existencia de los hijos desde una mirada mecánica y temerosa.

Es mejor amar a los hijos que necesitarlos. Amarlos es darles luz, necesitarlos es pedírsela. La fuente de luz del faro no son los hijos, sino que viene del amor, de la convicción, de la vocación, de las ganas y el entusiasmo que cada padre se sepa conseguir en su mundo de pares.

Claro, conseguir todo eso no es fácil, pero sabemos que la vida no lo es. Y tampoco es fácil ser padres para vivir a merced del miedo y la pretensión de controlar la vida para evitar que sufran daños, cuando sabemos que cuidar no siempre es, justamente, controlar.

Dificultad no implica imposibilidad, y es bueno recordarlo a la hora de buscar la propia energía para ofrecer esa luz que impulsa y da referencia a los hijos que navegan hacia el mejor lugar posible.

© La Nacion

El autor es psicólogo. Su último libro es Criar sin miedo

martes, 15 de marzo de 2011

Lady Gaga : ¿por qué es el icono del 2010?

Segun la profesora Camille Paglia, la imagen poco sensual y supermecanica de Lady Gaga concuerda perfecatmente con lo que es la juventud actual : gente hiper eletronificada con aparatitos tecnologicos, privada de sensualidad, emociones y erotisimo, y hasta privada de voz y opinion , porque sus comunicaciones se tratan de minitextos abreviados enviados en chats, celulares y Twitter, donde se cuentan secretos e intimidades minimalizados, sin espacio para profundizar o interelacionar, y un desconocimiento total del arte de la seducción . Por eso titula su nota "la muerte del sexo".

Lady Gaga and the death of sex
An erotic breaker of taboos or an asexual copycat? Camille Paglia, America's foremost cultural critic, demolishes an icon
Camille Paglia
Published: 12 September 2010
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American singer Lady Gaga, born Stefani Joanne Angelina Germanotta (Francois Berthier)
Lady Gaga is the first major star of the digital age. Since her rise, she has remained almost continually on tour. Hence, she is a moving target who has escaped serious scrutiny. She is often pictured tottering down the street in some outlandish get-up and fright wig. Most of what she has said about herself has not been independently corroborated… “Music is a lie”, “Art is a lie”, “Gaga is a lie”, and “I profusely lie” have been among Gaga’s pronouncements, but her fans swallow her line whole…

She constantly touts her symbiotic bond with her fans, the “little monsters”, who she inspires to “love themselves” as if they are damaged goods in need of her therapeutic repair. “You’re a superstar, no matter who you are!” She earnestly tells them from the stage, while their cash ends up in her pockets. She told a magazine with messianic fervour: “I love my fans more than any artist who has ever lived.” She claims to have changed the lives of the disabled, thrilled by her jewelled parody crutches in the Paparazzi video.

Although she presents herself as the clarion voice of all the freaks and misfits of life, there is little evidence that she ever was one. Her upbringing was comfortable and eventually affluent, and she attended the same upscale Manhattan private school as Paris and Nicky Hilton. There is a monumental disconnect between Gaga’s melodramatic self-portrayal as a lonely, rebellious, marginalised artist and the powerful corporate apparatus that bankrolled her makeover and has steamrollered her songs into heavy rotation on radio stations everywhere.

For two years, I have spent an irritating amount of time trying to avoid Gaga’s catchy but depthless hits Lady Gaga is a manufactured personality, and a recent one at that. Photos of Stefani Germanotta just a few years ago show a bubbly brunette with a glowing complexion. The Gaga of world fame, however, with her heavy wigs and giant sunglasses (rudely worn during interviews) looks either simperingly doll-like or ghoulish, without a trace of spontaneity. Every public appearance, even absurdly at airports where most celebrities want to pass incognito, has been lavishly scripted in advance with a flamboyant outfit and bizarre hairdo assembled by an invisible company of elves.

Furthermore, despite showing acres of pallid flesh in the fetish-bondage garb of urban prostitution, Gaga isn’t sexy at all – she’s like a gangly marionette or plasticised android. How could a figure so calculated and artificial, so clinical and strangely antiseptic, so stripped of genuine eroticism have become the icon of her generation? Can it be that Gaga represents the exhausted end of the sexual revolution? In Gaga’s manic miming of persona after persona, over-conceptualised and claustrophobic, we may have reached the limit of an era…

Gaga has borrowed so heavily from Madonna (as in her latest video-Alejandro) that it must be asked, at what point does homage become theft? However, the main point is that the young Madonna was on fire. She was indeed the imperious Marlene Dietrich’s true heir. For Gaga, sex is mainly decor and surface; she’s like a laminated piece of ersatz rococo furniture. Alarmingly, Generation Gaga can’t tell the difference. Is it the death of sex? Perhaps the symbolic status that sex had for a century has gone kaput; that blazing trajectory is over…

Gaga seems comet-like, a stimulating burst of novelty, even though she is a ruthless recycler of other people’s work. She is the diva of déjà vu. Gaga has glibly appropriated from performers like Cher, Jane Fonda as Barbarella, Gwen Stefani and Pink, as well as from fashion muses like Isabella Blow and Daphne Guinness. Drag queens, whom Gaga professes to admire, are usually far sexier in many of her over-the-top outfits than she is.

Peeping dourly through all that tat is Gaga’s limited range of facial expressions. Her videos repeatedly thrust that blank, lugubrious face at the camera and us; it’s creepy and coercive. Marlene and Madonna gave the impression, true or false, of being pansexual. Gaga, for all her writhing and posturing, is asexual. Going off to the gym in broad daylight, as Gaga recently did, dressed in a black bustier, fishnet stockings and stiletto heels isn’t sexy – it’s sexually dysfunctional.

Compare Gaga’s insipid songs, with their nursery-rhyme nonsense syllables, to the title and hypnotic refrain of the first Madonna song and video to bring her attention on MTV, Burning Up, with its elemental fire imagery and its then-shocking offer of fellatio. In place of Madonna’s valiant life force, what we find in Gaga is a disturbing trend towards mutilation and death…

Gaga is in way over her head with her avant-garde pretensions… She wants to have it both ways – to be hip and avant-garde and yet popular and universal, a practitioner of gung-ho “show biz”. Most of her worshippers seem to have had little or no contact with such powerful performers as Tina Turner or Janis Joplin, with their huge personalities and deep wells of passion.

Generation Gaga doesn’t identify with powerful vocal styles because their own voices have atrophied: they communicate mutely via a constant stream of atomised, telegraphic text messages. Gaga’s flat affect doesn’t bother them because they’re not attuned to facial expressions.

Gaga's fans are marooned in a global technocracy of fancy gadgets but emotional poverty. Borderlines have been blurred between public and private: reality TV shows multiply, cell phone conversations blare everywhere; secrets are heedlessly blabbed on Facebook and Twitter. Hence, Gaga gratuitously natters on about her vagina…

To read the rest of this explosive profile, including Paglia's debunking of comparisons to Madonna, David Bowie, Elton John and Andy Warhol, and to view a slideshow of photographs, visit the thesundaytimes.co.uk/magazine now