miércoles, 27 de mayo de 2009

Duritos por duera, blanditos por dentro


Alrededor de los doce años y medio , los chicos empiezan a imitar a los padres. Y se copian nuestras peores cosas: empiezan a mentir, a decir una cosa y hacer otra, a chantajear , manipular o, lo que es peor, a cerrarse definitivamente como ostras.
No en vano a esta etapa la psicoanalista francesa Françoise Dolto la llamó “el Síndrome de la Langosta”, porque por fuera parece que fueran durísimos y que nada les llega, pero esa es una fachada para tapar todo lo blanditos y sensibles que se sienten por dentro .
Ya no son chicos, pero tampoco son grandes . Brazos y piernas les quedan tan largos que no saben cómo ponerlos.
Conservan la capacidad adquirida a los diez años de bañarse solos- dejando al resto de la casa sin agua caliente por dos horas - , de vestirse solos- eligiendo invariablemente lo más aparatoso y destrozado de su placard- de peinarse solos- con resultados semejantes al de una peluca en un ciclón – de caminar solos a al escuela – llegando tan tarde como para estar al borde de quedar libres por acumulación de medias faltas -, de abrir la heladera y hacerse un sandwich – y dejar un fenomenal enchastre de mayonesa en todo el piso.
Quieren afirmar su personalidad, ser ellos mismos, diferenciarse de los padres, escapar del ala materna y no se les ocurre mejor manera que marcar que son distintos e independientes que atacar a los padres a mansalva.
No son chicos, tampoco son grandes ...¿ qué son? Esta búsqueda de su propia identidad es que los lleva a agruparse con fuertes sentimientos de pertenencia, pegarse al teléfono durante horas, visterse de manera idéntica que sus amigos, y no usar ni a palos nada que sus coetáneos no usen. Parece que lo más importante de ser adolescentes es pertenecer al grupo, que son los únicos que los comprenden.
Como madres, hay que estar listas como guerreros samurais para enfrentar esta etapa. Tienes que meterte en la cabeza que debajo de esa coraza dura y ese rostro inexpresivo sigue estando tu tierno hijito de diez años, el mismo que te abrazaba sorpresivamente cuando le decías que hoy había milanesas para el almuerzo. Comunicarse con un adolescente es un intento vano. No intentes hacerte la “ amigota”, hablar con su jerga, unirte a la charla con sus amigos: ellos quieren ser un núcleo aparte, bien diferente al del enemigo ( léase “ padres”).
Hay sólo dos cosas que los hijos adolescentes no toleran de su madre:
a) Todo lo que ella diga .
b) Todo lo que ella haga
Los hijos adolescentes son firmes en sus convicciones y costumbres : registran una importante pérdida de la capacidad de pasar rápidamente de un estado a otro: resulta tan difícil sacarlos de la cama a la mañana como lograr que se vayan a dormir a la noche. Resulta tan complejo lograr que se metan en la ducha como lograr que salgan de la ducha una vez que se metieron en ella. Resulta tan difícil que salgan de casa a pasear con los amigos como lograr que entren a casa alguna vez para cambiarse la ropa una vez por semana . Si se ponen en movimiento, no paran . Si se acuestan, entran en estado catatónico.
La frase más repetida que vas a escuchar sin pausa es : “¡ Ay , mamá!” , pero con un tono de lamentación escandalizada que te parte el alma....hasta que lo dicen tantas veces que ya te anestesiás.
Todo lo que hagas es deplorable y vergonzozo. Si saludás a alguien en la calle te dicen: “ ¡Ay, mamá , no grites! ¡Qué escandalosa!” . Si no saludas , te dicen : “ ¡ Ay, mamá, qué antipática!”.
Si los esperas con el almuerzo listo, te dicen: “No tengo hambre”. Si no hiciste comida, es : “ ¿Acá nunca hay nada para comer?” .
Se pasan la vida diciendo “No tengo qué ponerme”. Pero la ropa que le compras les parece horrible y te piden que la devuelvas, que ellos nunca se van a poner algo tan ridículo.
Siempre tenés la espantosa sensación de que lo único que quieren de vos es plata. Cuando al fin se levantan del sillón, y paran por un segundo de ver cualquier cosa por televisión , sea un programa de entretenimientos, dibujitos animados, fútbol o minas en bolas bailando ritmos de la movida tropical, y se acercan a una distancia de menos de dos metros que te da la ilusión de que al fin te van a abrazar de golpe o hacer una confesión trascendental, es porque te vienen a decir: “¿No me das unos pesos?”
No es que no sean comunicativos. Todo lo contrario. Que se comunican es algo que se prueba cuando empiezan a llegar facturas telefónicas por valores por los que se podría adquirir una lancha con motor fuera de borda o un freezer tropical cinco estrellas de tres puertas.
Tu vida social queda reducida a cero por falta de teléfono disponible, mientras la de ellos se limita a salir de su cuarto con la oreja roja de tanto tener el tubo telefónico pegado a la cara.
Una psicóloga amiga especializada en adolescencia me contaba que en esta época es cuando los chicos tienen que fortalecerse para saber en qué clase de adultos quieren convertirse. Y para eso – lamento comunicarlo- necesitan padres fuertes como murallas medievales para que ellos te usen como punching ball. Nos van a pelotear todo el día a ver si resistimos. La consigna para sacarlos buenos es resistir los pelotazos, no lograr que nos desmoronen ni que nos pasan por encima o nos hagan agujeros en el alma. Mi amiga también opina que es pésima idea intentar ser “amiga” de los hijos adolescentes. Los hijos crecen por oposición a uno y adoran sentir que la madre es una vieja retrógrada con la cual hay que discutir. Pero ojo que la misma hija que te habla con monosílabos y a la que cuando le preguntás: “¿Qué hiciste?” , contesta invariablemente “Nada”, es la misma que se va volver una beba mimosa cuando te quiera pedir prestada tu blusa más nueva y modernosa. Y se va a ofender cuando la acuses de haberla devuelto destruída, manchada y quemada con pucho .
Cuando eres madre de adolescentes te sorprendes diciendo frases que TU madre te decía a ti, como: “Esto no es un hotel”, “Esta no es una fonda”, “Haceme el favor de ordenar tu cuarto de una vez”, “¿No piensas volver a bañarte?”, “Esos pantalones ya están para la basura”, “¿Otra vez vas a volver al amanecer?”, “¡Tenemos teléfono, por lo menos hubieras podido llamar para avisarme que no venias a casa!” , “¿Y a mí que me importa que los padres de Damián lo dejen ir? ¡Yo no te dejo!”, etc. Es muy extraño, como si el pasado hiciera eco. Y te quedas pensando que tu mamá no estaba tan equivocada cuando tú eras adolescente y odiabas que ella te hinchara siempre con los mismos temas. Eso sí : acordate de recordarles que existen los forros . No temas que eso les de la idea de tener sexo : la idea ya la tienen desde hace rato . Pero que sepan , para cuando empiecen a acercarse más de la cuenta al sexo opuesto, que la felicidad dura más con preservativos a mano . Claro que a esto también te lo van a responder con un : “ ¡ Ufa, mamá ¡ ¡ Ya lo sé de memoria!”
Consuélate pensando que - como todo en la vida-, esta etapa pasará. Mientras tanto, pasarás espantosas vacaciones con adolescentes con la cara larga porque la familia no irá a ese pueblo en la playa adonde veranean las amigas de la nena , ni quisimos llevar a la sierra al inseparable amigo del nene que no para de eructar y escucha música a volumen en que estallan los parlantes. Esto tampoco tiene remedio: si aflojas y llevas a un amigo, vas a escuchar protestas de ambos por cualquier pavada, y no es raro que las dos amigos entrañables se peleen y te encuentres en medio de DOS adolescentes trompudos que juran que el otro es un tarado y que quieren volver a casa porque el otro les arruinó el viaje.
La adolescencia tiene su aspecto bueno: los hijos se vuelven tan inmanejables, que te empezás a llevar maravillosamente bien con tu marido, aunque sea para tener un aliado con quien enfrentar esta delicada etapa de chicos duros por fuera, pero por dentro tan tiernitos como cuando tenían tres años.

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